Estamos
sentados en la primera fila de asientos frente al ring de box. Es una pelea por
el título mundial. El actual campeón, al medio del ring, levanta los brazos mientras
los flashes rebotan en su cinturón dorado. Se llama René Descartes y se hizo
campeón en 1640 aproximadamente, arrebatándole el título a Anselmo de
Canterbury, de la escuela Escolástica, que imponía la fe sobre la razón desde
el año 1070.
Todos los asistentes
queremos ver a Descartes defender su condición de campeón con la misma energía
con la que venció a Canterbury. Un enfrentamiento histórico que dio como
resultado: Pienso(1) luego(2) existo(3). Una letal combinación que se recuerda
hasta el día de hoy y que fundó las bases del Racionalismo. La razón por sobre
todas las cosas, los sentimientos y las emociones son distractoras e ilusorias
y no deberían tomarse en cuenta para llegar a conclusiones o tomar decisiones.
Ahí está el
campeón, saltando confiado al medio del ring. Lleva años sin que le quiten el título,
unos 250 aproximadamente. Todos estamos ansiosos por conocer al valiente que
decidió contradecirlo. De pronto, se apagan las luces y empieza a sonar “Así
habló Zaratustra” de Strauss. Al fondo, aparece una comitiva en fila india
encabezada por el retador encapuchado en dirección al ring. Cuando el maestro
de ceremonias lo presenta, el retador se descubre. Es William James, profesor
de Psicología en la universidad de Harvard y lleva tatuada en la espalda la
frase “Empirismo Radical”. Su entrenador es el danés Carl Lange.
Mientras
Descartes analiza a su oponente, el maestro de ceremonias continúa:
“…el retador
William James, intentará convencernos de que son los estímulos los que provocan
reacciones fisiológicas, y que éstas provocan las emociones…”. Hasta ese
momento el sentido común indicaba que los estímulos provocaban las emociones y
éstas, las reacciones fisiológicas.
Descartes solo sonríe
y mueve circularmente el guante derecho a la altura de su sien, mostrándole al
público su opinión sobre lo que pretende demostrar James. La audiencia clama al
René poderoso y este aprovecha para preguntar en voz alta: “¿eso quiere decir
que no lloramos porque tenemos pena, sino que tenemos pena porque lloramos?” y
empieza a reír. El público hace eco de su risa. De pronto, pide silencio para dar
su golpe de gracia: Pienso(1), luego(2) existo(3). El público estalla. James es
retirado exhausto por sus compañeros de equipo.
Un René
Descartes empoderado, envalentonado por retener el título y con los ojos
inyectados de razón, decide hacerse del altavoz y retar a cualquier persona del
público para que intente vencer su indestructible combinación.
Pasan 100 años,
hasta que se pone de pie un portugués de mediana estatura, lentes y pelo blanco.
Le entrega a su esposa su premio Príncipe de Asturias a la investigación científica,
los lentes, el saco y levanta su maletín de documentos dirigiéndose hacia el
ring en donde un desconcertado René Descartes lo espera. El maestro de
ceremonias le pregunta su nombre. Todos escuchamos por los altavoces una voz
cálida y amigable que dice: António Damásio.
El médico
neurólogo Damásio sin doblarse las mangas de la camisa, saca de su maletín su
reciente hipótesis publicada “El error de Descartes”. René deja de saltar y
abre los ojos como nunca antes.
Damásio comprueba
con estudios científicos que el Pienso(1) luego(2) existo(3) ha sido un error
durante todo este tiempo. Que con el pasar de los años, la ciencia llena los
vacíos del conocimiento que la ignorancia taponea con creencias y suposiciones.
“Siento(1)
luego(2)
existo(3)”, Sentencia Damásio, dejando caer
pesadamente al medio del ring las pilas de documentos científicos y pruebas médicas,
que avalan su postura de que gracias a que sentimos y nos emocionamos podemos
pensar y actuar, o sea, existir.
René Descartes se
tambalea mareado agarrándose la cabeza, pero Damásio no está interesado en dar
el golpe de gracia y se retira.
Nadie es capaz
de defender a Descartes. Ningún racionalista se atreve a ocupar su lugar y
contradecir la abrumadora evidencia de la ciencia. A René Descartes solo le
queda esperar el golpe de gracia.
17 años después
un nuevo retador se pone de pie, deja sobre su silla su premio Nobel de
economía y se sube al ring. El maestro de ceremonias lo presenta como el
psicólogo americano-israelí Daniel Khaneman. Vale la pena repasar esos momentos
de la pelea en cámara lenta: Khaneman ataca con su teoría de la división del
cerebro humano en dos: sistema 1 y sistema 2. El primero encargado de la
parte emocional e intuitiva y el segundo, de la parte racional. Ambos formando
una especie de embudo, en dónde la boca más ancha, en la parte de arriba, esta
el filtro emocional y en la parte de abajo, en lo más angosto, el filtro
racional. Descartes es retirado en camisa de fuerza debido a las convulsiones. Khaneman
se encuentra solo en el ring agitando la publicación de su hipótesis y demostrando
cómo el 95% de las decisiones que tomamos en nuestro día a día, las hacemos con
el sistema 1, es decir, con el
cerebro emocional e intuitivo y no involucran la razón.
Khaneman lleva
6 años como campeón indiscutible, demostrando que lo que guía la mayoría de nuestras
decisiones y nuestros comportamientos es nuestra parte emocional, no nuestra
parte racional. Que decidimos conforme a como nos sentimos, aunque a veces, no
podamos ser conscientes de ello.
Al parecer no
queda ningún cartesiano para enfrentar a Khaneman, sin embargo, una simple
mirada a la industria publicitaria, en dónde el 95% de la comunicación de las
marcas parece estar hecha para el sistema
2, podría darnos una clara señal de a dónde se fueron todos. ¿Alguno querrá
subir al ring?.